lunes, 19 de febrero de 2018

En un Mercado Persa



Vendedor de yuyos, quincalla y demás ferrería.
Vendedor de ferraris, de motos y utopías varias.
Ese es mi oficio.

También vendo sabios consejos de viejos,
recién restaurados para usuarios nuevos,
por hábiles manos de oficiales varios 
del taller de orfebre del rico anticuario.

Para mí no tengo.

Todo ello lo expongo en un puesto chiquito, 
debajo de un toldo, al fin del pasillo, 
en un mercadillo de todo barato, 
abierto en domingo.

Si quieres te pongo tres cuarto de libra 
de yerbas surtidas, 
romero, azafrán, cúrcuma y tomillo. 
un sabio refrán y un proverbio chino.

Junto a ello, en paquete aparte, 
envuelto a tu gusto, con lazo de rafia, 
en papel de estraza que no contamina, 
los clavos de Cristo y un par de tornillos, 
que fueron  seguro y sostén del eje del potro, 
ingenio y figura de la Inquisición, 
una institución que está a gran altura,
con mucha cultura y gran tradición
en nuestra nación y que aún hoy perdura.

Te vendo también
un seguro de muerte inminente, 
contrato sin letra pequeña en su envés, 
que te garantiza apertura segura 
con entrada libre sin concierto previo con Pedro,
el portero, guardián a la Puerta del Cielo,
con palco en reserva, sentado
a la diestra del Padre y Señor.

Si eres musulmán, 
que escuchas atento el sermón del imán, 
un banco en el parque del Jardín del Edén 
y un Serrallo donde cien huríes, doncellas y bellas, 
acunarán tus sueños, velando el descanso 
y hartazgo darán a tu pecho hambriento y corazón sediento, 
sellando tu boca con besos de amor en enjambres, 
con sabor a miel del panal de sus labios.

Y si eres hurí,
para ti dispongo en bandeja argentina
y porcelana fina 
la inmensa fortuna de ser tú la una y las cien, 
doncellas y bellas, reunidas en una, 
que amaba y gozaba el apuesto Sultán
a la luz de la luna, y tú a una con él, 
en las noches de blanco satén.

Un Ferrari usado, que ya no me sirve, 
mantengo en garaje aparcado. Cumplió su destino. 
Ese no lo vendo; lo doy regalado.

Un baúl de recuerdos 
del que no me acuerdo donde 
está guardado ni qué guarda dentro sellado.

Un cofre pequeño lleno de secretos, tesoro pirata,
y treinta monedas de plata, 
ganadas con la sangre y sudor de un Maestro 
y a cambio de un beso traidor del amigo en un huerto.

Una armadura oxidada
de caballero que fui 
y una espada
que corta como un bisturí 
y mucho mejor que tu lengua con su doble filo 
y mi lengua afilada en debates,
disputas y contiendas mil 
acerca del 'tú' que es un 'yo' 
y sobre la existencia o no
de Dios y del Libre Albedrío.

Ideas a espuertas; inventos a cientos.
Eventos.
Futuros inciertos, llenos de esperanza; 
pacientes esperas, vestidas de novia y compuestas 
y en salas de espera de hostales, 
hospitales, hospicios, juzgados y audiencias.

Y yo, inocente de mí, esperando
que una pera se caiga de un guindo 
y, sin perder la esperanza,
ingrata, maldita, corazón de piedra,
estar a la espera 
de que un día cercano me ames,
aunque no me quieras, 
antes de que el mundo sucumba 
y me entregue como prenda a la tumba 
o de que tú te mueras.

Casa solariega, orgullo de estirpe; 
de piedra angular con solera esculpida a mano, 
por fino artesano oficial de primera, 
a martillo y cincel en cantera.

Un canto rodado
hallado en el surco abierto, 
labrando un campo baldío y desierto 
con reja y arado en mi huerto, 
donde siembro y planto
cereal para el pan 
y cizaña a partes iguales, 
hortalizas y un árbol frutal 
y, junto a este canto extraído del barro primal, 
el Canto del Pueblo, que es mi propio canto.

Látigos, cilicios, flagelos 
y una mano experta en su hábil manejo 
que no hace distingo entre hueso y pellejo. 
Si quieres y aún te sobra tiempo,
te muestro en tu cuero su funcionamiento.

Tres canciones tristes, 
rellenas por dentro de llanto, 
lágrima y lamento; 
milonga, bolero y un tango, 
para dar consuelo a tanto dolor y quebranto 
y a tan gran sufrimiento. 
Si quieres y te sobran horas, 
ahora que estamos a solas, 
te canto un fragmento.

"Nadie me ama, nadie me quiere...
Lloro en silencio mi desventura..."
(Nat King Cole)

O, si lo prefieres, 
te rezo un memento o un miserere, 
oración que acompaña al difunto allá donde fuere.

"¡Qué solos se quedan los muertos!"



¡Espera un momento! 
¡No huyas, cobarde!
¡No salgas huyendo!

No marches corriendo.Tengo más ofertas.
Te vendo una moto en perfecto estado.
No la necesito. Me basta un triciclo a pedales.



Abandono el puesto.
Me voy a hacer el camino romero
que queda rodando y andando.

Y por todo equipaje...
cayado, un farol, reflexión y un morral sin moral
o un hatillo...




Todo eso y mucho más,
el resto del tenderete, 
te lo cambio por un gramo de voluntad 
para dejar de quererte,
tirana inconfesa.


Y acto seguido, si aceptas,
después de pesado y medido, 
te regalo también la balanza afielada
con la caja dorada de pesas.

Puede serte útil y ayuda precisa
el día que impartas justicia
en tus juicios sumarios.



¿Qué me dices? ¿Aceptas?