jueves, 19 de febrero de 2015

PARÁBOLA IMPERFECTA





LA NUBE DE OORT

El cielo está lleno de nubes. Todos lo sabemos. A veces llueve.
El firmamento está lleno de estrellas… y de nubes. Ejemplo: La nube de Magallanes.
La Tierra está rodeada de basura espacial. Comunicaciones caducas y obsoletas.

El sistema solar está rodeado de una nube esférica de escombros: La nube de Oort. Es el extrarradio del sistema solar, el Arrabal. Chabolismo espacial. “Es como la Cañada Real pero en Universo”, como lo explicaría Gila. (“Una muralla es como una tapia pero en país”. Hermano Lobo.)

Allí, sus habitantes, residentes, inmigrantes llegados de todos los confines del Universo esperan para poder entrar a ocupar alguno de los puestos privilegiados a que da derecho pertenecer y formar parte de un orden establecido. En la nube de Oort todo es caos. Desde allí el aldeano que tuvo que abandonar su bella nebulosa originaria a la fuerza, obligado por desconocidas y extrañas circunstancias, lanza su piedra, su piedra de rayo, su meteorito y esconde la mano. Todos preguntan a coro:

-¿Quién tiró la piedra?
Y el coro, como en una tragedia griega, responde al unísono:
-“El aldeano tiró, tiro la piedra, y no la encontró.”

El aldeano tiró la piedra desde la nube de Oort. Apuntó bien, a la cabeza, al Sol. Pero está lejos, muy lejos. Y es muy difícil acertar. Haciendo un somero cálculo, calculo que el cálculo tardará años, lustros, siglos, en llegar, dar la vuelta y volver.

Pero volverá porque existe la ley del eterno retorno. Pasará junto al astro rey y atraído por éste y por quien sabe cuántos otros astros más le obligarán a girarse, a modificar su trayectoria y a volver. Nadie escapa.

Y entonces, en la nube de Oort, en los arrabales, cuando una piedra impacte en la chabola con tejado de zinc, gata incluida, de uno de sus habitantes sabrán que es la piedra que el aldeano tiró. El cometa de medio o de largo periodo.




LA PARÁBOLA

Dicen que el maestro enseñaba a sus discípulos mediante parábolas.
¿Y dónde aprendió?

La mujer adúltera no fue la primera que intentaron apedrear. En aquel país había mucha costumbre. Fea costumbre. De hecho muchas perecieron antes de que el niño  sabio pudiera levantar la mano para sujetar al brazo justiciero y asesino.

Entretanto, entre tanto cálculo lanzado al aire, lo único que pudo hacer es aprender álgebra, trigonometría y geometría. Durante años, en las tardes de ejecución pública, observó la trayectoria del cálculo desde la mano del aldeano y del ciudadano de pro hasta la frente del reo, o de la rea, y calculando, calculado… calculó que ésta era… ¡una parábola!

Repudiando aquella práctica en el fondo de su corazón, se dijo para sí: Cuando sea maestro enseñaré con parábolas.





La parábola del sembrador fue aprendida, copiada, del grano lanzado al aire por la mano de éste cuando por la fuerza de la gravedad va a caer al campo arado. Si la gravedad de la Tierra no hubiera existido ahora habría una inmensa nube de semillas enturbiando la vista del sembrador a un metro o metro y medio por encima de la superficie del planeta en órbita geoestacionaria. Pero afortunadamente no fue así. 

Unos cayeron sobre tierra fértil, otros sobre piedra estéril, sobre cálculo inútil; otros junto al camino en la cuneta, donde olvida su chaqueta el caminero y sus calcetines llenos de agujeros negros el caminante que recorre la Vía Láctea, pero todos ellos describiendo una magnífica parábola únicamente complicada por la acción del viento inoportuno e importuno.

Desde la nube de Oort las manos y las ondas de pastores marginales lanzaban cálculos por encima de la valla en señal de protesta por su exclusión de un mundo organizado solo y exclusivamente para disfrute de unos quantos privilegiados. La piedra de rayo describía su bella parábola para ser contemplada por los ojos avezados de los astrónomos y escuchada por los finos oídos de los poetas.

Aquí hay disidencia entre ambos colectivos. Mientras que los astrónomos afirman que es una órbita elíptica los poetas sostienen que es una parábola.


LA PARÁBOLA EN RELIGIÓN

En el instituto, en clase de religión, en el siglo pasado, aprendimos también mucho acerca de las parábolas pero no tanto por las explicaciones de la historia sagrada que nos daba Don José María Millán, “El Chema”, sino por las que describían los pedazos de tiza que, lanzados por nuestras diestras manos y alguna que otra siniestra, todas ellas con siniestras intenciones, iban a impactar indistintamente en los negros cielos con pardos nubarrones de la pizarra o los no menos oscuros de la sotana del canónigo presbítero, dechado de sabiduría, con la que éste cubría su espigado cuerpo, con más proporción en él de esqueleto que de carne, dibujando en ellos un espléndido despliegue de constelaciones, osas mayores, menores, estrellas polares, arturos, pegasos, perseidas, nebulosas y nubes de Elcano (¿o era Magallanes?), conformando un firmamento que ni el mismo Copérnico ni Galileo llegarían a sospechar que pudieran existir si los contemplaran.


LA PARÁBOLA EN MATEMÁTICAS Y EN ASTRONOMÍA

Años después en la universidad de la experiencia, en las clases de matemáticas y de astronomía la tentación de rememorar aquellos días felices en las aulas juveniles se hizo irresistible. Únicamente la prudencia, la astucia y la pericia adquirida con los años por los experimentados profesores en estas lides, cuando no la cautela y el temor ante la sutil advertencia que se escondía tras una amenaza velada, hizo que desistiéramos finalmente de ello.


CUADRATURA DE LA PARÁBOLA

Algunos matemáticos están empeñados en cuadrarlo todo. En esto se parecen mucho a los economistas y a los políticos, especialmente a los políticos economistas.

A mí, por mucho que me empeño, las cuentas no me cuadran pero ellos no sé cómo lo hacen pero siempre lo consiguen.

Los matemáticos empezaron cuadrando el triángulo, el rectángulo, el rombo, los dos rombos de la tele de los años sesenta del siglo pasado, el cuadrilátero, el trapecio de Pinito del Oro y por fin el círculo. Hubo algún osado espabilado que hasta se atrevió a cuadrar el cuadrado y quiso patentarlo. Y hasta algún astrólogo adivino, embustero y bailarín, que pretendió cuadrar el oráculo. 

Allí estaba, sin embargo, vigilante, Luca Pacioli, que mientras preparaba la exacta proporción para su Divina Pócima, advertía al igual que el gendarme Pepito Grillo, del peligro de apuntarse a la lista de beneficiarios de la SGAE sin haber hecho mérito suficiente:

“… Vuestra Alteza dijo, con sus áureas y melifluas palabras, que es
digno de grandísima consideración de Dios y del mundo aquel que,
estando dotado de alguna virtud, la comunica a los demás de buen
grado, cosa que es caridad para con el prójimo y alabanza y honor
para  él mismo, imitando el sagrado dicho “quod ne sine figmento
didice et sine invidia libenter comunico…

Hubo un matemático, Arquímedes, que demostró, utilizando la suma infinita, que la cuadratura de un segmento de parábola era posible, en Siracusa. Teniendo en cuenta la infinitud de la suma, ésta la realizó en relativamente poco tiempo y sin apenas fatigarse. Éste es otro de los muchos beneficios del clima mediterráneo.

“En la figura siguiente, si la cuerda se desplaza paralelamente acaba siendo
tangente a la parábola en el vértice opuesto del triángulo. Si el área del triángulo es T y el área del segmento de parábola es P, entonces se verifica la relación:


P = 4/3 T
Esto lo demostró Arquímedes utilizando la suma infinita
La cuadratura de un segmento de parábola es posible.”


LA PARÁBOLA EN EL JUEGO

El crupier tramposo lanza su carta en dirección al jugador que pide otra más con dos movimientos muy precisos: Uno es de rotación, circular, y el otro es de traslación. Éste último, sin embargo, está sometido a la influencia de la gravedad, fuerza que el crupier conoce, y sabe que dibujará en el aire una delicada parábola, apenas perceptible pero existente, por efecto de esta fuerza y por el efecto giroscópico del movimiento de rotación de la misma. Años de práctica y cálculo hacen que el aterrizaje de la misma sea preciso y perfecto ante la mano del jugador ludópata.


LA PARÁBOLA EN LA ANTIGÚEDAD

Aparte de Arquímedes que demostrado está más arriba que ya la conocía se sabe que otros pueblos la conocían a la perfección. Uno de ellos es el de las amazonas cuyo único impedimento para que donde ponían el ojo pusieran la flecha era aquella parte de su cuerpo donde el enemigo al cual se enfrentaban ponía primero el ojo.

Cuando decidieron extirparse ese punto de mira por el estorbo que ello suponía para una guerrera, el ejército enemigo despertó de su letargo y se dedicó a lo que tenía que dedicarse: a pelear. Aquella fue la verdadera causa de su extinción. Cualquier otra teoría que se diga o esté escrita en los libros de historia es falsa. Ya se sabe que la historia la redactan siempre los vencedores a su conveniencia.

En modo alguno podían admitir aquellos bravos guerreros vencedores que durante un tiempo estuvieron a merced de quienes pudieron haberles derrotado y humillado y sin embargo no llegaron nunca a hacerlo.  En su inconsciente, sin embargo, quedó grabada, y también en sus genes, la nada descabellada posibilidad de que el éxito en la batalla que les encumbró al poder pudo haberles hundido de la misma manera en el más absoluto de los fracasos. Será por eso quizás que una de sus primordiales tareas es no dejarles levantar cabeza desde entonces. Por lo que pudiera pasar…


LA PARÁBOLA EN LA MITOLOGÍA Y EN EL OLIMPO

No fueron únicamente las flechas de las amazonas las que dibujaban parábolas en el horizonte. Diana, la cazadora, también dominaba la técnica tanto o más que las guerreras mortales. Y junto a ella, un niño con alas de querubín, un angelito, Cupido, antes de hacerse adolescente primero y después hombre, muy hombre, y cambiarse el nombre por el de Eros, practicaba con su arco disparando a los corazones de los candidatos a enamorado y, de vez en cuando haciendo diana en el corazón de Diana.




Cuando dejó de ser niño olvidó su arco y su carcaj y se dedicó en alma y cuerpo al rescate de Psique, su doncella cautiva.

Sísifo fue otro de los que no se cansaron nunca, y aún sigue ahí al pie del monte, o madia ladera, dispuesto a iniciar de nuevo su ascensión hacia la cumbre, de dibujar  parábolas, una tras otra, cuando su cálculo, el que lleva al hombro para elevar unos centímetros la cota de la cumbre, y su cálculo le falla, das un traspiés y se le cae rodando y rebotando contra otros cálculos incrustados sobresalientes de la ladera.

Traspiés tras traspiés, caída tras caída, contemplando la maravillosa parábola compuesta trazada en el aire por su cálculo le hacen merecedor de algunas líneas en los textos de la matemática igual que disfruta de ellos en los de la literatura.


OTRAS PARÁBOLAS

La frustración por no haber sido capaz por falta de osadía de lanzar mis pedazos de tiza a la camisa del profesor me acompañará siempre. No pude hacerlo de niño estudiante y me siento incapaz de hacerlo ahora, de estudiante vetusto (ganas no me faltan). Es uno de esos actos insuperados que crean complejo y se instalan en tu personalidad convirtiéndose en un lastre que te marca para el resto de tu vida. No sé cuánto me queda de este resto pero me gustaría vivirlo sin complejos ni traumas. Esperaba superarlo cuando me apunté a las aulas de la Universidad de la Experiencia. Me apunté, y alguna tarde sí que apunté bien, con el lápiz y con la tiza. Los apuntes que tomé con el lápiz sí que me han servido, y mucho, pero el de la tiza… En fin, autraño será…

Por eso me he ido a las barracas. Hay una que me atrae sobremanera: los monitos de feria. Son tres: están puestos en un estante. Tienen cara de inteligentes. Parece profesores. Al menos, te miran como si lo fueran. Te da el barraquero tres pelotas de trapo y tienes que derribarlos con tu propia parábola, la que traza y ejecuta tu brazo vengador. Si los derribas tienes premio; si no vuelta a empezar.

Es difícil acertar. Tiene su trampa y su truco. Los tres trapos tienen su centro de gravedad lejos del punto donde geométricamente debería estar, lo que hace que su trayectoria no sea una simple parábola afectada únicamente por la ley de la gravedad. Hace un movimiento extraño, como una rara combinación de cicloide y espiral cuya fórmula desconozco. O como la de un punto situado en el borde exterior del tornillo de Arquímedes. Debería pedir ayuda a algún preclaro y docto profesor de matemáticas  o de astronomía… o a mi amigo Antonio… Nunca aciertas.

Ya me lo decía mi madre: “No tires piedras a tu propio tejado”. Era amante de los refranes pero no de las parábolas. Jamás le hice caso. Así me va como me va. Otra parábola de la vida. Bella parábola. Ésta sí me cuadra. Como a Arquímedes.
¿O es una metáfora?

Tendré que preguntar a alguno de mis profesores de ciencias… o de letras…






lunes, 16 de febrero de 2015

Asteroide






He robado un grano de arena al desierto esta mañana 
mientras el tiempo dormía;

he contemplado su forma irregular y desgastada 
por el roce con el hombro del amigo;

he acariciado su tersa piel y he visto brillar en él 
billones y billones de galaxias;

me he deslizado alegremente 
por los toboganes de sus suaves curvaturas
y por un momento he deseado que él fuera mi asteroide
y yo su piloto de carreras, principito conductor y pasajero,
tripulante exclusivo de mi nave,
dios de mi universo.