miércoles, 28 de enero de 2015

Una piedra en el zapato...





Un guijarro humilde. Así soy yo.
Un guijarro humilde que ha caído dentro del zapato.

Un guijarro humilde, molesto, olvidado junto al camino
porque ninguna mano justiciera lo quiso,
no tenía el peso ni el volumen consistente
para ser usado en la lapidación de la mujer adúltera.

Guijarro humilde, me confundí entre el polvo
y atravesé el umbral de la sandalia del caminante.

Y ahora heme aquí,
ecce homo, molestando y desajustando 
el paso cambiado del militar en el desfile,
del peregrino en su búsqueda interior
o del anciano que vislumbra cercano 
el banco del Parque del Edén
que le ofrecerá el añorado y merecido descanso.

Un guijarro humilde y molesto,
lo suficiente para provocar el insomnio de la conciencia.

No de las conciencias, no quiero ser demasiado pretencioso.
Me basta con una, una sola conciencia.

Guijarro en el zapato. Ese soy yo.
Y estoy aquí para gritar a esa conciencia sin oídos:

¡No te duermas! ¡No tienes derecho!
Aún no has hecho méritos para disfrutar de tu cómodo lecho!

¡Despierta!

Como Jonás aún tienes una Nínive que te está esperando.

¡No seas cobarde!
Abandona tu cómodo refugio en el interior de tu ballena.

Nínive existe.

El mundo está lleno de Nínives y tú estás aquí,
cómodamente disfrutando
y eludiendo tus obligaciones de profeta y de poeta.

¡Despierta!

Despierta y grita si es necesario.

¡¡GRITA!!



Te quiero tanto...





Forjado en la Fragua de Vulcano
yo te escribiré un poema,
con las chispas del martillo 
adornaré en tu frente la diadema,

con la luz del resplandor de tu corona
alumbraré el misterio de por qué te quiero tanto,
que tanto se oculta para mí y que tanto se me esconde,
verdad que se me escapa sin saber a dónde
pero verdad al fin y al cabo:

¡Tanto te quiero, te quiero tanto
que por no saber no sé ya cuando ni cuanto
ni por qué me duele el corazón
y no responde!